Llegó el martes y al salir del instituto Jaren se lanzó camino a la tienda con emoción e incertidumbre, la incertidumbre de si estaría abierto.
¡Acierto! La tienda estaba abierta. El chico entró y unas campanillas sonaron en la entrada.
El señor salió y saludó al chico.
-Hola señor, el otro día me pasé, pero estaba cerrado y me extrañó. ¿Cómo es que no abrió?-
-Hola chaval. Era festivo. Yo también tengo derecho al descanso, ¿no?-
Jaren había meditado algo que no sabía si expresar en voz alta. Al final se animó:
-Señor, tengo una propuesta… ¿puedo trabajar aquí?- preguntó con un hilo de voz.
El vendedor enmudeció un segundo pensativo.
-Vale, tú trabajarás los viernes y fines de semana, así puedo descansar yo. De momento ven esta semana cada tarde para enseñarte cómo funciona todo-
A Jaren se le iba a salir el corazón del pecho de la euforia que sentía.
-Ponte este delantal, vamos a recolocar algunos objetos-.
-Un par de preguntas… la primera, ¿cómo debo llamarte? Y después, ¿cómo es que vendes los objetos?-
-Llámame “señor”, ya me está bien así. Y no entiendo tu segunda pregunta. Está es una tienda de antigüedades. Siempre que una persona recibe un objeto, detrás tiene una historia. En las tiendas de ropa, está la historia de alguien que la ha hecho, probablemente de algún país del este asiático o África. Cuando tu abuela te ofrece un libro de su infancia, tiene una historia. Que seas capaz de vivir las historias de otros, no quita que te pertenezcan. Ni tampoco que ese objeto haya terminado su propia vida. Los objetos viven experiencias en las manos de sus dueños. Yo los vendo para que alguien siga escribiendo sobre ellos, ya que merecen seguir viviendo. ¿Entiendes?-
Jaren asintió, se puso el delantal y obedeció la instrucción de orden que le sugirió el señor. Tocó un par de libros, pero no sintió nada y sintió una pequeña decepción. Después tocó una taza, y ahí su ser empezó a volar.
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