A duras penas tenía fuerzas con las que sostener la pluma con la que estaba redactando la herencia por enésima vez. Había solicitado un minuto a solas. Los consejeros le habían sugerido que fuese un escriba quien redactase por él. Pero se negaba. Él no quería que fuese otra persona la que plasmase en papel sus deseos sobre el papel. ¿Y si escriba se equivocaba? ¿Y si plasmaba mal sus palabras? Ya se arrepentía de suficientes cosas que había hecho mal en vida como para permitir errores de ese calibre tras su partida.
Mientras escribía, suspiraba dejando que dos gotarrones cayesen por sus mejillas en forma de lágrimas. Anhelaba volver atrás en el tiempo y hacer las cosas diferente. Deseaba poder pedir perdón a personas a las que ya nunca les podría comunicar nada. Ansiaba haber pasado más horas con lo verdaderamente importante: su familia. Sus seres queridos. Se había hecho de oro, había hecho múltiples conquistas y sus hazañas eran conocidas en varios lares, pero lo consideraba una equivocación. No era eso lo que realmente quería. Quería abrazar a sus hijas, haber estado al lado dd su difunta esposa, haber descansado disfrutando de no hacer nada bajo el sol, le hubiera gustado llevarse mejor con los plebeyos de sus tierras, saludarlos, ayudarlos…
Pero el tiempo se le agotaba.
Cuando terminó su redacción, se echó en la cama. Lloró y lloró, y los criados que estaban allí aseguraron que con su último suspiro, se escuchó un “lo siento”.
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