La voz provenía del mostrador.
“ Veo que tú también tienes el don”
La resiliencia es la capacidad de los seres humanos para adaptarse positivamente a situaciones adversas.
Era una niña de aproximadamente unos diez años. Sentía presión en el pecho y nervios en el estómago. Parecía como si fuese a hacer algo importante. Como si alguien esperase algo de ella. Jaren lo podía sentir. Delante suyo un señor le tendía la mano. Jaren, en el cuerpo de la niña, la agarró y por instinto empezó a moverse. Comenzó a bailar con el señor, iban al mismo compás y Jaren sintió como la presión se rebajaba. No entendía lo que sucedía pero podía percibir lo importante que era eso para la niña. Al terminar el baile, el hombre se agachó a la niña para decirle algo. “Feliz cumpleaños, Amanda. Espero que te guste mi regalo. Espero que tu tío no se haya equivocado al elegirlo. Sé que lo que más amas en el mundo es la música.”
El señor calló un momento pensativo y prosiguió.
“Que no te engañen Amanda, por muchos corsés que debas ponerte, tú sabes quién eres. Eres Amanda, tocas el piano y el violín con una pasión desbordada, y nada es más importante que hacer aquello que te hace sentirte viva”.
Jaren sintió un escalofrío y como por arte de magia, la imagen, tal y como había venido, se esfumó.
“Bienvenido”, escuchó que venía de lejos.
Jaren seguía su rutina habitual. Iba al súper de referencia, era el mismo al que solían ir sus padres, así que siguió con la tradición familiar porque se conocía los productos y su ubicación. Iba distraído con la música y el móvil cuando un gato lo devolvió a la realidad al cruzársele con energía. Al levantar la vista, vio una tienda de antigüedades que no reconocía. Decidió entrar.
No parecía haber nadie. La tienda estaba llena de estanterías con objetos que podían explicar historias de otras épocas. Él los miró fascinado. Al fondo de la tienda, había un mostrador con un timbre oxidado al estilo de los hoteles de antes. “¿No hay nadie?” Se preguntó.
Fue a tocar un objeto; una caja de música. Los colores, que debían ser cálidos, se perdieron en marrones apagados. Al abrirla, empezó a sonar una melodía, y vislumbró, como si lo viera por los sentidos, cómo se le aparecía un salón de baile. Él se sintió un olor a perfume. Por instinto, se miró el cuerpo y se visualizó en un vestido rosado, con guantes y zapatos, todo como si fuese perteneciente a otro siglo.
Alguien fue capaz de encontrar el camino.
Se dio cuenta de que en su pecho había una cicatriz y entendió lo que estaba sucediendo.
Ella había encerrado en su pecho su esencia, su niña interior. El mundo de los adultos es un lugar peligroso, así que la cogió, creó unas escaleras en forma de caracol para llegar a su corazón y le dio una habitación dulce que asemejase un lugar seguro. La habitación contenía una lámpara que proyecta estrellas en el techo, la manta que le había servido como refugio durante las largas noches de invierno y sus muñecos y muñecas. Después subió las escaleras, cerró la puertecita de su pecho, y se cosió la piel para que nadie pudiese encontrar a esa niña jamás.
Pero ese “alguien” había descubierto su secreto y estaba trazando un plan para poder entrar.
Nadie recuerda el verdadero nombre de la princesa, todos la llaman "Iracunda" y ella se gira cuando la nombran así, lo ha aceptado como pseudónimo. Iracunda suele levantarse malhumorada, siempre grita en lugar de hablar, se queja por todo y sus comentarios son hirientes. Sus súbditos no la soportan, su familia no vive con ella, Iracunda vive aislada en su burbuja de rabia. En ocasiones parece que despierta algo más amable y en lugar de chillar, simplemente refunfuña, pero no se la ve sonreír. Así es Iracunda, una princesa insufrible, de dulce no tiene nada, mucho menos es humilde y de risueña tiene cuánto menos.