martes, 30 de abril de 2024

La golondrina del balcón

 Soraya leía por enésima vez sobre cómo ayudar al cuerpo en el “síndrome premenstrual”. Realmente siempre tuvo el debate de si era buena idea ir clasificando todo en síndromes, síntomas y patologías, pero en este caso, Internet la estaba ayudando mucho gracias a llevar el titulito de “síndrome”. “Supongo que los diagnósticos sirven para dar credibilidad a algo que ocurre”, piensa. Está agobiada y distraída, no tiene muy claro qué hacer pese a su gran lista de “to do”. ¿Lavar el coche? Puede esperar. ¿Fregar la cocina? La cocina no va a desaparecer por dejarla sucia. ¿Hacer el recordatorio a los clientes de las sesiones? Eso sí, eso es prioritario. Eso le da de comer. Se recuerda que debería buscar programas y apps que hicieran por ella esa tarea y va a la nevera a por algo para picar. Son las 11:30 de un jueves de semana santa. Tiene toooodo el fin de semana por delante y muy pocos planes. Está aburrida y eso no le gusta. “¿Y qué voy a hacer yo con tanto tiempo libre? El descanso es necesario, evidentemente, pero a veces me saturo de tanto que podría hacer”. 

Absorta en esos pensamientos poco constructivos, escucha un piar de la golondrina.

Frecuentemente hay una golondrina que la visita a su balcón. Canta, bajo su criterio, para ella y ella le devuelve ese gesto tierno con agua y unos trozos de pan. Ella, mientras la golondrina come, le cuenta sus historias y preocupaciones. “Casi parece que me hagas terapia tú a mí, ¿eh, bichejo?”. 

Esa pequeñez tan mágica y extraordinaria, le devuelve a Soraya las ganas de comerse el mundo y sentirse especial. 


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