Soraya leía por enésima vez sobre cómo ayudar al cuerpo en el “síndrome premenstrual”. Realmente siempre tuvo el debate de si era buena idea ir clasificando todo en síndromes, síntomas y patologías, pero en este caso, Internet la estaba ayudando mucho gracias a llevar el titulito de “síndrome”. “Supongo que los diagnósticos sirven para dar credibilidad a algo que ocurre”, piensa. Está agobiada y distraída, no tiene muy claro qué hacer pese a su gran lista de “to do”. ¿Lavar el coche? Puede esperar. ¿Fregar la cocina? La cocina no va a desaparecer por dejarla sucia. ¿Hacer el recordatorio a los clientes de las sesiones? Eso sí, eso es prioritario. Eso le da de comer. Se recuerda que debería buscar programas y apps que hicieran por ella esa tarea y va a la nevera a por algo para picar. Son las 11:30 de un jueves de semana santa. Tiene toooodo el fin de semana por delante y muy pocos planes. Está aburrida y eso no le gusta. “¿Y qué voy a hacer yo con tanto tiempo libre? El descanso es necesario, evidentemente, pero a veces me saturo de tanto que podría hacer”.
Absorta en esos pensamientos poco constructivos, escucha un piar de la golondrina.
Frecuentemente hay una golondrina que la visita a su balcón. Canta, bajo su criterio, para ella y ella le devuelve ese gesto tierno con agua y unos trozos de pan. Ella, mientras la golondrina come, le cuenta sus historias y preocupaciones. “Casi parece que me hagas terapia tú a mí, ¿eh, bichejo?”.
Esa pequeñez tan mágica y extraordinaria, le devuelve a Soraya las ganas de comerse el mundo y sentirse especial.