jueves, 9 de octubre de 2025

 María la bibliotecaria.

-Y no quieres tener hijos?

-No

-Nunca has querido?

-Alguna vez me lo planteé pero no me interesa.

-Pero casada estás?

-No. No tengo pareja.

-Y no te sientes sola?

-No. Con mi familia, amigos y gatos tengo suficiente.

-Ay, chica, yo si fuera tú me sentiría tan sola.

Agobio.

-Jo, Leo, menos mal que tú no tienes que aguantar todo esto. Contigo y con tu hermano Oreo tengo suficiente, qué pesados que son insistiendo. 

miércoles, 8 de octubre de 2025

Porque todos merecemos amor

Era la hora del recreo. Jaren en ocasiones jugaba al fútbol con sus compañeros, pero no era muy fan del deporte en general. Tampoco ayudaban los insultos y gritos que se lanzaban cuando uno fallaba un gol o le robaban el balón. Ese viernes, Jaren prefirió estar con sus nuevas amigas. Buscó a Denisa por todas partes e incluso preguntó a Tania, que estaba con otro grupito, si la había visto. La chica le respondió que Denisa había salido corriendo al baño al acabar la clase para gestionar temas menstruales. Jaren la buscó cerca del baño. No estaba ahí, así que siguió con la búsqueda. En un rincón apartado, vio una chica con el pelo largo y supuso que podía ser ella. Cuadraba totalmente con su personalidad y si estaba en su periodo, igual le apetecía estar sola. Recordando que Pandora lo había llamado "parado", en lugar de suponer que él la molestaría con su presencia, decidió que se lo preguntaría directamente pasando a la acción. Al llegar se encontró con que, efectivamente, era Denisa aquella chica, y que, para sorpresa de él, estaba llorando. Jaren se sentó a su lado sin decir nada. El chico encogió las piernas hacia sí, y las recogió con los brazos por las rodillas. 

-¿Te molesta que me quede contigo?- preguntó. Ella sacudió la cabeza.

-Siento que me veas así- dijo ella.

-¡Que va, mujer! Si te sientes triste, es lo mejor que puedes hacer. ¿Te ha pasado algo?- una parte de él dudaba sobre si estaba haciendo bien.

-Esta mañana he tenido movidas con mi madre... en realidad es una tontería, casi ni me acuerdo por qué hemos empezado, supongo que porque me ha dicho que ordene mi habitación, entonces yo le he gritado y ella me ha gritado más y nos hemos dicho cosas feas y... bueno, ya te puedes imaginar. En clase he intentado concentrarme pero no paro de darle vueltas. Me siento fatal- Denisa forzó una sonrisa. 

-Lo primero de todo, no me parece que sea una tontería. A nadie le gusta discutir con su madre y es normal que eso te ponga mal. Y cuando uno está enfadado... pues es normal que diga cosas que en realidad no piensa. Seguro que ha sido sólo el calentón del momento pero en realidad os queréis- Jaren intentó pensar en lo que ha oído decir a Soraya sobre la validación emocional y el sentirse escuchado.

-No sé... Ese es el problema que no sé si es sólo el calentón del momento y...- Denisa lloró con más fuerza- creo que soy una mala hija.

-Eh- Jaren le puso la mano en la espalda- eh, no, no, no... ehm... Todos hacemos lo mejor que podemos. Seguro que lo estás intentando y...- Jaren estaba intentando animarla pero Denisa no aflojaba el llanto. 

Al chico de repente se le ocurrió algo que había oído en terapia.

-Mereces amor- afirmó él. 

Denisa lo miró con los ojos muy abiertos y sorprendida.

-¿Qué?- respondió ella. 

Jaren se ruborizó. "No sé qué estoy diciendo... ¿qué más le digo?"

-Pues, o sea, no quiero decir amor en plan romántico, no es eso, pero... pero creo que todas las personas merecemos amor. En plan sentirnos queridas, quiero decir. Yo creo que mereces sentirte querida-. El chico soltó ese discurso de golpe y casi sin pensarlo. Se sentía nervioso porque no tenía claro dónde quería llegar. Quería tranquilizarla y era lo que se le había ocurrido. Denisa lo miraba a los ojos fijamente, a penas parpadeaba y su expresión había aflojado. Jaren correspondió a su mirada. Su mente quedó en blanco. Él se perdió en las pupilas de ella y a ella parecía pasarle lo mismo. Inesperadamente, sonó la alarma que indicaba el fin del recreo y Jaren sacudió la cabeza. El chico se despidió de ella e hizó el ademán de levantarse. Denisa lo cogió del brazo repentinamente. 

-Gracias. De verdad- le dijo -¿Te apetecería que te invitase a algo para compensarte?- dijo ella más serena. Algo pasó dentro de Jaren cuando ella lo cogió del brazo, un escalofrío simpático, un cosquilleo en el estómago. 

-No tienes que compensarme nada... ¡No he hecho nada! Pero sí, yo también tengo ganas de quedar- se atrevió a responder. 

-Genial, pues te escribiré, vámonos a clase-. 

Juntos se dirigieron a clase, al principio estaban algo cortados, pero poco a poco, fueron conversando sobre temas más banales.

El espía

Era miércoles por la tarde. Jaren estaba aburrido así que salió a dar un paseo. Deambulaba sin un rumbo fijo por su barrio. Llevaba auriculares con música a la que no acababa de prestar atención. En realidad no estaba prestando atención a nada. Sus pensamientos divagaban de uno a otro sin ton ni son. Se detuvo al percibir el olor de cruasanes recién hechos de una panadería. Cerró los ojos y permitió que el aroma penetrase del todo en su olfato. Cuando los volvió a abrir, a los lejos, vio una cabellera rizada y salvaje de color anaranjado que reconoció enseguida: es Pandora. ¡Era la primera vez que la veía fuera de la tienda! De forma casi instintiva, se dirigió hacia ella. "Casi empezaba a pensar que sólo existía en la tienda", pensó, y paró un momento en seco, "qué tonterías estoy diciendo". Jaren empezó a seguir a la chica con cierto sigilo. Se preguntaba a sí mismo qué estaba haciendo pero eso no le impidió seguir con su actividad. Pandora caminaba a paso ligero, incluso veloz. El chico debía estar francamente concentrado para no perderla de vista, especialmente cuando entró  en la rambla, esa avenida amplia repleta de bullicio. Lo bueno es que ese color de pelo tan cantón era como una diana. De forma abrupta, Pandora giró hacia una callejuela a la derecha, Jaren resiguió sus pasos y al llegar, descubrió que la había perdido. Miró a lado y lado, caminó unos pasos, y finalmente se dio la vuelta sobre sí mismo. Al hacer este último gesto, topó con la pelirroja sonriendo delante de él. 
-Hola Jaren. ¿Me estás siguiendo?- preguntó ella sin dejar de sonreír.
-¿Qué? No, claro que no. Estaba dando un paseo y casualmente he acabado en esta calle y…- Jaren se mostraba nervioso pero la expresión hierática de Pandora era inquebrantable. 
-¿Te apetece tomar algo? Hay que celebrar que nos hemos encontrado. Conozco un bar por aquí cerca-. 
Jaren asintió. Pandora reanudó la marcha por la callejuela y Jaren la siguió. Caminaron en silencio hasta llegar al local, que estaba fuera del callejón dando a una calle más amplia. Era un lugar muy agradable. Los muebles eran rústicos, estaba todo lleno de plantas y resultaba gratamente iluminado por luz natural.
Les atendió una camarera con rasgos asiáticos pero con un acento español perfecto. 
-Yo tomaré un zumo de naranja- pidió una Pandora decidida. Jaren estaban tan absorto fijándose en los detalles del local que ni se planteó qué quería.
-Yo igual- dijo él apresurado.
Al marcharse la camarera los dos se miraron en silencio. Jaren se sentía incómodo y se mordía el carrillo de la boca. Pandora seguía con su sonrisa hiératica. Fue ella la que rompió el hielo.
-Y bien, ¿por qué me estabas siguiendo?- expuso sin cambiar su expresión.
-Yo no te estaba siguiendo…- mintió- Ha sido casualidad- Jaren sabía que ella no le creería pero siguió adelante con su mentira. 
En ese momento llegaron sus bebidas.
-Vaya, te llevo detrás desde hace una callejuela, una avenida y dos calles más, pero es una bonita casualidad. ¡Brindemos con nuestros zumos!- dijo ella. Jaren le siguió el rollo e hicieron chin-chin. El chico estaba cada vez más incómodo y encogido. 
-Me gusta tu camisa- dijo ella cambiando de tema. Jaren le agradeció el comentario y los dos se quedaron de nuevo en silencio. Pandora bebió de su zumo de una cañita de cartón mientras miraba un cuadro de frutas que Jaren tenía a sus espaldas. El chico se giró a ver qué observaba. Al volver la mirada hacia adelante, ella lo miraba fijamente. De forma inconsciente, él echó su torso para atrás para marcar distancia. Seguía reinando el silencio hasta que Jaren pensó. Pandora vio cómo sus labios se torcían y las cejas se enarcaban. 
-Pandora… ¿de veras piensas que soy tan parado?- preguntó. 
-Por supuesto. Bueno, en realidad yo utilicé la palabra callado, no parado, pero también me  pareces parado ahora que lo dices- respondió ella sonriendo. Su comentario enfadó a Jaren, que sintió cómo de la rabia se le subían los colores a las mejillas
-¿Por qué?- su tono sonaba defensivo pero no del todo hostil.
-Porque me da la sensación que vives la vida a través de una ventana: observas y observas pero no te decantas a salir al mundo. Sueles sumergirte en tus pensamientos y pasas poco a la acción. Hoy me estabas siguiendo pero nunca me te has mojado para darme tu opinión sobre nada, ni me has dicho qué piensas de mí- la expresión de Pandora se suavizó acompañándola de un tono de voz cálido.
-No te estaba siguiendo.
-Lo que tú digas- respondió tranquila.
Jaren calló un segundo asimilando lo que ella le había dicho. Pensó en Soraya. Hizo una respiración profunda y trató de redirigir la conversación.
-Pero… ¿no te parece que es importante reflexionar antes de actuar? ¿Que si te dejas llevar por los impulsos la puedes cagar o te puedes arrepentir?- Jaren conectó con una parte de sí sabia y reflexiva. No actuaba desde la defensa, estaba siendo honesto. 
-Sin duda. Estoy de acuerdo. Pero una cosa es meditar antes de actuar y la otra es encerrarte entre barrotes de bambú: una cárcel de la que puedes salir si es que quieres-. Pandora seguía impasible pese a que ahora sonaba más tierna.
Jaren asintió meditando sin responder.
-¡Ostras! Es tardísimo. Me voy a ir, que tengo una cita- anunció ella. Esto impactó a Jaren.
-¿Una cita con alguien?- preguntó él. 
-Claro, no iba a ser una cita con un paraguas- respondió ella.
-No, claro, me refería a si es una cita cita o una cita médica o…- Jaren calló de golpe y empezó a ruborizarse. “¿Estaré siendo entrometido?”, pensó. 
Pandora rió a carcajadas.
-Mira que eres rarito, chico-. Le removió el pelo y se marchó.
Jaren volvía a sentirse enfadado: “la rarita eres tú”, dijo para sí mismo, y en cuanto comprendió que le tocaba a él pagar la cuenta, se enervó aún más.
 

domingo, 5 de octubre de 2025

La maleta que no cabía en el avión - Parte 2

 Durante el vuelo se le entumecen las piernas. En la pantalla aparece que han hecho ya ocho horas de viaje y aún les quedan cuatro más. Constantemente se mueve en el asiento buscando la postura más cómoda. "Voy al baño, no puedo estar más tiempo sentado", piensa.

-Déjame pasar, que voy al baño- le indica a su hermano.

-¿Cómo otra vez? Para ya de ir. Eres un pesado. Déjame dormir- a pesar de refunfuñar, el hermano se recoloca para abrirle paso. 

Cuando por fin aterriza el avión, la gente aplaude pero Carlos no. Carlos sólo siente náuseas, los músculos tensos y mucha rabia en el pecho. "Los odio a todos", piensa.

Junto a su familia, el resto de pasajeros se dirigen al punto de recogida de maletas. Tienen cara de zombies, con ojeras y alguna que otra persona empapada en sudor y oliendo a cerdo.

Carlos agarra la suya con fuerza y se la acerca al cuerpo con ganas de protegerla. Ahí lleva lo que le queda de vida. 

Por primera vez, varios recuerdos vienen a la mente de Jaren eclipsando este. Como si se tratase de una película, varias escenas circulan por su mente y sus ojos. Ve las discusiones que Carlos tendrá con sus padres. Ve los suspensos en el instituto. Ve la pandilla de maleantes con los que se juntará y que por suerte acabará abandonando. Ve cómo un día se encontrará llorando en la ducha desesperado. Ve cómo su hermano se gradúa y él, Carlos, se siente orgulloso ese día, y ve cómo se arma de valor para seguir sus pasos. Ve cómo se apuntará por propia voluntad a la escuela de adultos para sacarse el graduado. Y finalmente, ve cómo se va generando un nuevo recuerdo presente. Se percibe a sí mismo en un cuerpo grande, musculado, de un hombre adulto. Se lleva las manos a la barba. Es sorprendentemente frondosa. Está preparando de nuevo la maleta. Delante de él hay una habitación de matrimonio preciosa, con un gran armario, una cómoda color madera y dos mesitas que van a juego. Está preparando la maleta sobre una colcha de color crema con flores bordadas. Se siente nervioso aunque aún no sabe por qué. Tiene la ropa preparada justo al lado, lista para ser colocada dentro. Coge la camiseta del barça, firmada por los jugadores y le viene el flash de cuando sus amigos se la regalaron el año anterior en el bar de siempre en Sants. Parecen buenas personas y Jaren se siente aliviado. "Encontró su lugar". Jaren es sorprendido porque de golpe arranca a hablar.

-Honey, have you seen my passport?- (Cariño, ¿has visto mi pasaporte?) Esto sorprende a Jaren. Él no es muy bueno en inglés y le impacta verse a sí mismo hablar con tanta fluidez y sin trabarse.

Una voz femenina le responde. 

-Yes, it's in its place- (Sí, está en su sitio).

De pronto aparece una chica rubia, alta con ojos claros por la puerta. "¡Qué guapa es!¿Será modelo?", piensa Jaren. 

-Are you ok, darling?- (¿Estás bien, cariño?) dice ella.

-Yeah, it's just that... I want your parents to like me- (Sí, solo es que quiero caerle bien a tus padres).

-Oh, darling. You don't have to worry about it. You will- (Cariño, no tienes de qué preocuparte, lo harás).

La chica se acerca a él. Lleva algo en la mano pero Jaren no acaba de ver qué es. Ella le envuelve por la nuca con sus manos y le da un cálido beso en los labios. Cuando ella se aparta, le deja encima de la cama lo que llevaba en las manos: es el pasaporte junto al billete de avión. En él puede leerse "Barcelona-Amsterdam". Carlos sonríe. Jaren también.

El cuaderno de Denisa: Halloween

Es jueves y Denisa regresa a casa de la extraescolar de inglés. Tras cenar, se relaja en su habitación escribiendo en su cuaderno. 

Jack lo esperaba con la chimenea encendida. Ya era un señor mayor que se había portado mal con muchas, muchas personas. Había traicionado, mentido y estafado. No creía tener amigos… salvo ese que estaba esperando, si es que lo podía considerar amigo. La mayoría de gente lo temía. Jack, en cambio, sabía que su destino estaba con él, y se resignaba a ello gratamente. Sin embargo todavía no estaba preparado para ello, y eso él, el Diablo, lo sabía también. 

Jack estaba sentado frente a la mesa con el tablero de ajedrez preparado mientras bebía vino caliente para pasar el rato. 

En la aleatoriedad del minutero, la puerta de entrada se abrió de par en par haciendo bajar la temperatura unos segundos por el frío exterior. Jack cerró los ojos a penas un momento a raíz de un destello de luz que lo deslumbró. Al abrirlos, su compañero estaba frente a él. Era una figura encapuchada. Cualquiera lo hubiera podido confundir con un hombre cualquiera, pero la sombra que proyectaba el fuego de la chimenea, mostraba claramente una figura con unas costillas deformadas y dos cuernos largos en el cráneo. 

Sin mediar palabra, comenzó la partida. Turno a turno fueron moviendo sus piezas. Claramente el Diablo ganó ventaja sobre la partida y Jack no estaba dispuesto a permitir el desenlace que aún no deseaba, así que ejecutó lo que había estado haciendo toda la vida: usó trampas para ganar.

El Diablo acababa de perder, pero no sin hacer unos repiqueteos con los dedos indicando algo. El silencio reinaba y ninguno de los dos tuvo la desfachatez de romperlo. La puerta se abrió de nuevo. Y, de nuevo, con los ojos cerrados por otro destello, Jack atinó a pronunciar: 

-¿No me vas a llevar?-

El Diablo rió.

-Por supuesto que lo haré. La guerra la tienes perdida, muchacho-. 

Junto al ruido de las bisagras al cerrar, el fuego se apagó de golpe. Jack miró el tablero. 

El Diablo antes de marcharse lo había recompuesto tal y como hubiese quedado sin las trampas de Jack. Esta vez el anciano rió, sabiendo que su viejo amigo le había regalado una partida más.

lunes, 29 de septiembre de 2025

miércoles, 10 de septiembre de 2025

La maleta que no cabía en el avión - Parte 1

Jaren se había acostumbrado a la tienda, así que ya no le impactaba tanto tocar objetos y vivir sus historias como al principio. A veces incluso colocaba el stock en las estanterías y no sentía el recuerdo que guardaba el objeto, pero ese sábado fue distinto. Con lagañas aún en los ojos tocó una maleta y lo llevó a una historia que lo conmovió.
Se vio a sí mismo como un niño que corría en un solar lleno de casitas uniformadas que hacían un círculo, él andaba en tirantes y pantalones cortos y se dirigía al baño, que estaba fuera de la vivienda, en un edificio central en el círculo. Por el camino sentía el olor de café, ropa recién lavada y guiso de frijoles. Cuando salió y se fue a acercar a casa de la abuela, por la ventana, escuchó a sus padres decir algo que le disgustó: "tenemos que salir de aquí, no queremos que ellos que también se acostumbren a vivir con miedo, como quién se acostumbra a la sensación de calor. En España podremos tener más oportunidades, podremos criarlos con más paz". Él entro dando un golpe en la puerta al grito de "¡Pero qué dicen! Esta es nuestra casa. Acá tenemos todo. ¡No quiero irme!". Jaren sintió desesperación en sus propias palabras. Notaba la sangre corriéndole con fuerza y tensándole los músculos junto con la respiración acelerada. Sentía la fuerza en los puños apretados y un nudo en la garganta que le provocaba casi sensación de ahogo. Estaba colérico. "¡Yo no me voy!". Ahí descubrió que se llamaba Carlos Alberto, porque ese nombre, en tono de autoridad fue el que empleó su madre para ordenarle silencio. El chico dio otro golpe a la puerta,  haciéndole saltar un trozo de madera. La abuela cogió el hombro de la madre sacudiendo la cabeza. "Miraré de hablar con él", y siguió al chico que se metió en su casa, concretamente, en la privacidad de su habitación. La anciana pidió permiso para entrar y el chico accedió. Con mucha ternura, ella trató de explicarle por qué sus padres habían tomado esa decisión, dándole a entender que no tenía opción, que era lo mejor para ellos, que lo hacían por él y su hermano, por sus futuros. En el fondo lo entendía pero no era su deseo. Carlos asintió mordiéndose el puño. Podía percibir el estómago encogido. Probablemente bajo tanta rabia, había un miedo y una tristeza brutales, pensó Jaren. 

El día que tocó partir, el sol radiaba tan fuerte que parecía que el cielo también lo quería retener. Se vio a sí mismo cómo metía en la maleta varias mudas de ropa, una crema Nivea medio vacía, varios objetos y una foto de la familia enmarcada. La abuela le ofreció un jersey de lana al son de las palabras: “Por si te da frío allá”. Ella rió, pero tenía los ojos brillosos. Carlos la abrazó. Él lo metió en la maleta y la cerró.

Su tío fue metiendo cada maleta y bolsa en la camioneta. Sus padres, hermano y él, subieron en ella. El tío colocó la llave en el bombín de arranque. Carlos observó pasivo la que había sido su casa, su infancia, toda su vida, a través de la ventana. Toda la familia los despidió con las manos en el aire. Carlos, y Jaren con él, sintió cómo sus ojos se tornaban húmedos. Quería resistir la salida de las lágrimas, pero no fue capaz, éstas cayeron libres por sus mejillas. Notó unos golpecitos en el brazo. Miró a su hermano, situado a la izquierda. "Ten, yo ya me lo he ido mirando, tendremos que aprenderlo". En la mano sostenía un libro, concretamente un diccionario. En la portada se podía leer "Diccionario Español-Catalán". Carlos chasqueó la lengua y dio un manotazo al libro, que cayó al suelo. "Déjame en paz". 

Continuará...