-Hola Jaren. ¿Me estás siguiendo?- preguntó ella sin dejar de sonreír.
-¿Qué? No, claro que no. Estaba dando un paseo y casualmente he acabado en esta calle y…- Jaren se mostraba nervioso pero la expresión hierática de Pandora era inquebrantable.
-¿Te apetece tomar algo? Hay que celebrar que nos hemos encontrado. Conozco un bar por aquí cerca-.
Jaren asintió. Pandora reanudó la marcha por la callejuela y Jaren la siguió. Caminaron en silencio hasta llegar al local, que estaba fuera del callejón dando a una calle más amplia. Era un lugar muy agradable. Los muebles eran rústicos, estaba todo lleno de plantas y resultaba gratamente iluminado por luz natural.
Les atendió una camarera con rasgos asiáticos pero con un acento español perfecto.
-Yo tomaré un zumo de naranja- pidió una Pandora decidida. Jaren estaban tan absorto fijándose en los detalles del local que ni se planteó qué quería.
-Yo igual- dijo él apresurado.
Al marcharse la camarera los dos se miraron en silencio. Jaren se sentía incómodo y se mordía el carrillo de la boca. Pandora seguía con su sonrisa hiératica. Fue ella la que rompió el hielo.
-Y bien, ¿por qué me estabas siguiendo?- expuso sin cambiar su expresión.
-Yo no te estaba siguiendo…- mintió- Ha sido casualidad- Jaren sabía que ella no le creería pero siguió adelante con su mentira.
En ese momento llegaron sus bebidas.
-Vaya, te llevo detrás desde hace una callejuela, una avenida y dos calles más, pero es una bonita casualidad. ¡Brindemos con nuestros zumos!- dijo ella. Jaren le siguió el rollo e hicieron chin-chin. El chico estaba cada vez más incómodo y encogido.
-Me gusta tu camisa- dijo ella cambiando de tema. Jaren le agradeció el comentario y los dos se quedaron de nuevo en silencio. Pandora bebió de su zumo de una cañita de cartón mientras miraba un cuadro de frutas que Jaren tenía a sus espaldas. El chico se giró a ver qué observaba. Al volver la mirada hacia adelante, ella lo miraba fijamente. De forma inconsciente, él echó su torso para atrás para marcar distancia. Seguía reinando el silencio hasta que Jaren pensó. Pandora vio cómo sus labios se torcían y las cejas se enarcaban.
-Pandora… ¿de veras piensas que soy tan parado?- preguntó.
-Por supuesto. Bueno, en realidad yo utilicé la palabra callado, no parado, pero también me pareces parado ahora que lo dices- respondió ella sonriendo. Su comentario enfadó a Jaren, que sintió cómo de la rabia se le subían los colores a las mejillas
-¿Por qué?- su tono sonaba defensivo pero no del todo hostil.
-Porque me da la sensación que vives la vida a través de una ventana: observas y observas pero no te decantas a salir al mundo. Sueles sumergirte en tus pensamientos y pasas poco a la acción. Hoy me estabas siguiendo pero nunca me te has mojado para darme tu opinión sobre nada, ni me has dicho qué piensas de mí- la expresión de Pandora se suavizó acompañándola de un tono de voz cálido.
-No te estaba siguiendo.
-Lo que tú digas- respondió tranquila.
Jaren calló un segundo asimilando lo que ella le había dicho. Pensó en Soraya. Hizo una respiración profunda y trató de redirigir la conversación.
-Pero… ¿no te parece que es importante reflexionar antes de actuar? ¿Que si te dejas llevar por los impulsos la puedes cagar o te puedes arrepentir?- Jaren conectó con una parte de sí sabia y reflexiva. No actuaba desde la defensa, estaba siendo honesto.
-Sin duda. Estoy de acuerdo. Pero una cosa es meditar antes de actuar y la otra es encerrarte entre barrotes de bambú: una cárcel de la que puedes salir si es que quieres-. Pandora seguía impasible pese a que ahora sonaba más tierna.
Jaren asintió meditando sin responder.
-¡Ostras! Es tardísimo. Me voy a ir, que tengo una cita- anunció ella. Esto impactó a Jaren.
-¿Una cita con alguien?- preguntó él.
-Claro, no iba a ser una cita con un paraguas- respondió ella.
-No, claro, me refería a si es una cita cita o una cita médica o…- Jaren calló de golpe y empezó a ruborizarse. “¿Estaré siendo entrometido?”, pensó.
Pandora rió a carcajadas.
-Mira que eres rarito, chico-. Le removió el pelo y se marchó.
Jaren volvía a sentirse enfadado: “la rarita eres tú”, dijo para sí mismo, y en cuanto comprendió que le tocaba a él pagar la cuenta, se enervó aún más.
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