Jaren estaba cansado tras un largo día de trabajo. Se sentó en el sofá. Su madre había ido con las compañeras de trabajo a echar unas cañas, así que le tocaba cenar solo. Como no era muy afín a la cocina, se hizo unas tostadas con tomate y aceite, y puso unos trozos de jamón encima. Esa sería su cena. Unos capítulos de una comedia en la plataforma de series lo acompañarían. Se proponía retirar las cuatro cosas que había en la mesa: unas cartas, el periódico del pueblo, algunas hojas con apuntes a sucio de él y finalmente, los pendientes colgantes y redondeados de colorines, los favoritos de su madre. Al tocarlos, de repente le entró una sensación extraña en el cuerpo, viajó de una forma especial, veía el mundo gigante a su alrededor. Pronto comprendió que por primera vez, él veía el mundo como el objeto, no como una persona. Estaba en el escaparate de una tienda de bisutería, al lado de un collar de color lila y al otro lado, el otro pendiente igual que él. Desde su posición, vio cómo varias personas lo señalaban y observaban, pero nadie entraba a cogerlo. En una de estas, reconoció a su madre pero mucho más joven. También lo contempló un rato y se marchó. Al rato volvió y lo observó de nuevo. Eso a Jaren le hizo gracia, era algo muy típico de su madre. Ella negó con la cabeza y siguió su camino. A continuación, algo hizo que le diese un vuelco el corazón. Vio a su padre. Fue pocos minutos después del paso de su madre. El hombre entró en la tienda. Lo siguiente que percibió fue los dedos calentitos del propietario de la tienda cogiéndolo a él y a su idéntico compañero. A Jaren le entró mareo a raíz de ver cómo todo a su alrededor se movía de una forma muy rápida. Jaren pudo volver a ver a ese hombre, a su padre, de una forma muy fugaz antes de ser metido en un sobre. Desde la penumbra, escuchó el repiqueteo de monedas y la máquina registradora. Luego noto cómo desde esa oscuridad le entraba una sensación de ternura, amor y tristeza enormes. Algo en su pecho se volvía cálido.
De repente, como si fuese un abrir y cerrar de ojos, percibió unos dedos que lo sacaban del sobre y volvió a reconocer un rostro femenino al que veía todos los días: su madre. Lo miraba con los ojos muy abiertos y acompañados por la boca, estaba sorprendida. Jaren sabía la historia. Era la primera cita de sus padres. Su padre le había hecho una sorpresa a su madre. Se la había encontrado delante de la tienda, cerca del lugar en el que habían concretado el encuentro. Se fijó en los movimientos de ella y quiso sorprenderla. Y lo consiguió. Lo siguiente que consiguió ver fue un abalanzamiento de su madre hacia su padre y el beso más tierno que había visto jamás. Después pudo ver el rostro del hombre sonrojado y a la mujer riendo también con un tono de vergüenza. Carolina se quitó los pendientes que llevaba puestos y se puso esos nuevos de colorines.
Como si se bajase el telón, lo siguiente que vio fue el espejo del baño de su casa, a su madre deshaciéndose en lágrimas totalmente vestida de negro y a él -los pendientes- siendo quitados y guardados en el armariete.
Jaren volvió en sí y se encontró llorando. Se secó las lágrimas y fue a ver un álbum de fotos dejándose arrastrar por sus recuerdos. Perdió la noción del tiempo cuando escuchó la llave encajar en el cerrojo de casa. Su madre lo saludó y se acercó a él. Jaren la miró y expresó:
-Me gusta mucho cómo te quedan los pendientes. Me alegro mucho de que los hayas puesto de nuevo-.
Carolina se sentó a su lado y madre e hijo se abrazaron con fuerza.
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