lunes, 13 de enero de 2025

La caja de la fortuna

 Sábado. A Jaren le tocaba trabajar y no le daba pereza en absoluto levantarse. Tenía una copia de las llaves de la tienda, así que abrió, siguió las instrucciones que el señor le había dejado y puso en marcha el ordenador, que era increíblemente viejo y lento, el datáfono y aquello que era necesario para arrancar. Dejó pasar un largo tiempo por si aparecía alguien. Estaba algo nervioso aún en ocasiones, era su primer trabajo. Sin embargo, nadie aparecía. Jaren se dedicó a hacer lo que le había llevado a querer trabajar ahí: tocar objetos. Delante de él había dos cajas vacías, casi idénticas, pero una era plateada y la otra dorada con pequeñas piedras rojas, azules y verdes. Jaren desconocía si eran piedras preciosas o falsificaciones, pero tanto daba. Se acercó a ellas y tocó la dorada. 

De repente tuvo la sensación de estar flotando en el cielo, entre las nubes. Notaba un aire helado y mucho viento a su alrededor. De forma abrupta, dejó de flotar y empezó a caer. Estaba en pánico. No entendía nada. Sólo caía y caía. Notaba cómo su espalda tiraba de él hacia abajo y sus miembros restaban mirando hacia el cielo impulsados por el aire. Le molestaba el viento en la cara, en el pelo y en la ropa. Lo sentía en todas direcciones. Y sobre todo sentía pánico. Descendía y descendía. Sentía los ojos húmedos pero debido a su posición, no podía llorar. Finalmente tuvo la sensación de caer en agua. Todo a su alrededor se había convertido en una especie de océano. Los brazos se movían lentamente en el agua. Trató de nadar hacia la superficie. Por algún motivo creía férreamente que había pronto podría sacar la cabeza fuera, pese a que tampoco sentía que estuviera conteniendo la respiración. Podía inhalar y exhalar aire con normalidad. Estaba a escasos centímetros de salir. Al hacerlo, su cuerpo y consciencia lo devolvieron a la tienda. 

“¿Qué?”, pensó Jaren. 

“¿Qué acaba de ocurrir?”