Es viernes,18h, y Denisa ha quedado con una amiga que hace demasiado que no ve en su cafetería favorita. La amiga le ha escrito que llegará tarde y que vaya pidiendo lo que ella desee para hacer tiempo. Denisa tiene claro lo que quiere: un café con leche. Una cosa sencilla pero con un peso emocional muy grande. Cuando la camarera le trae la taza, Denisa se la acerca al sentido del olfato para olerla. Ese olor es muy conocido por ella. Cierra los ojos un momento y deja que el recuerdo de su infancia la inunde. Denisa regresa a sus seis años. Es invierno y hace frío. Va de camino a casa de su abuela con las manos heladas. Lleva un gorrito de lana, una bufanda y unas botas altas de color negro. Su abrigo es gigante. Su madre la lleva de la mano dándole tirones porque llega tarde. Debe dejar la niña con la abuela y salir a todo tren de nuevo. Parece preocupada pero la pequeña no sabe por qué. Cuando llegan. Un calorcito agradable inunda a Denisa. La madre le quita los atuendos apresurada. Le da un beso en la frente y se marcha frenética. A penas ha saludado a su propia madre. La abuela suspira, mientras dice “no se ha tomado ni su taza de café”. La casa huele a café recién hecho, de ese hecho con mimo con cafetera italiana. Niña y abuela se miran. “Te haré un chocolate a ti, y luego puedes jugar con las muñecas de cuando tu madre era pequeña. ¿Qué te parece”. La niña sonríe y asiente. “Abuela, ¿puedo probar el café?”, se atreve a preguntar. “Bueno, me haré yo un café con leche y te daré a probar, pero no se lo digas a tu madre, será nuestro secreto, ¿sí?”. A la niña le encantó la idea de compartir un secreto con la anciana. Su abuela lo era todo para ella.
Denisa abrió los ojos regresando al presente justo a tiempo para ver llegar a su amiga. La saludó con la mano, y ésta se pidió otro café, pero descafeinado.