Soraya se fijaba mucho en las cervicales de la gente al pasar por la calle.
“Cuánto peso cargan esos hombros”, pensaba.
La psicóloga se estaba especializando en somatizaciones y por eso ponía el foco en lo que sus ojos eran capaces de observar y sus oídos de escuchar de los cuerpos de las personas: cojeras, uñas mordidas, sobrepeso, dolores de estómago, migrañas, espaldas curvadas… y especialmente las cervicales y esa bola de tensión que las decora. Su estadística le ofrecía que mayoritariamente eran mujeres las que mostraban cervicales especialmente cargadas, pero no tenía que ser necesariamente así. Le apenaba, eso sí, pensar en las historias de dolor, de aguante, de esas personas. Cómo su cuerpo había ido tragando el malestar emocional y acumulándolo en esa parte. El peso de las responsabilidades, de tener que cargar con una mochila pesada.
“Existe una forma de vida más amable”, había leído ella en el blog de la terapeuta Meizoso. Y eso creía firmemente.
“Ojalá pudiésemos vivir en un mundo más compasivo, en el cual las mochilas pudiesen empezar a desprenderse de ese peso, de esos recuerdos, responsabilidades, momentos en los que esas personas necesitaban apoyo y ser vistas y en lugar de eso recibieron reprimendas o exigencias. Ojalá poder vivir en un mundo dónde pudiéramos vernos de verdad y abrazar nuestra sensibilidad y la de los demás, donde la vulnerabilidad es la verdadera fortaleza y tender la mano a los otros el camino”.
Soraya suspiró para sí.
Sabía y reconocía la importancia de su trabajo en esos momentos en los que veía a alguien con las cervicales hechas una pelotita de tensión. Entonces, confirmaba que ella había elegido bien su profesión.
“Puedo aportar mi grano de arena para crear un mundo un poco más compasivo y ayudar a las personas a tener vidas más amables”