Al despertar, Jaren sintió una punzada de nostalgia. Comprendió que deseaba volver a la tienda, conocer más y seguir visualizando las historias que los objetos tenían para explicarle. También hipotetizó que, por más que intentase ignorar la experiencia vivida, era algo que le había marcado y difícilmente podría huir. En parte feliz y por otra parte con cierta inseguridad, decidió vestirse y volver a visitar la tienda.
De camino, estaba nervioso. Se notaba la inquietud en las manos. Pero si se paraba a escucharse, podía percibir que era una sensación agradable. Era excitación, y no miedo.
Antes de llegar Jaren hizo una respiración profunda. Algo le decía que si entraba de nuevo, no habría vuelta atrás de esa aventura que iba a vivir. Se encontró a sí mismo sonriendo tras ese pensamiento.
Entró y de nuevo el mostrador estaba vacío. Jaren se preguntó si el vendedor no sería demasiado confiado dejando la tienda al libre albedrío del cliente, sin vigilancia ni cuidado.
Quizás todos esos objetos, que en su día habían sido las pertenencias de alguien, habían sido tesoros para esas personas. El vendedor debería protegerlas, proteger esas historias que, según le dijo, él también podía ver.
Jaren se aproximó a un objeto: era una guitarra eléctrica. Se veía oxidada pero era preciosa, y se notaba que, de alguna manera, la guitarra desprendía arte, amor y cariño, como si su anterior dueño la hubiese mimado tanto que la guitarra quisiera devolverle todo ese amor al mundo a través de su música. Y tal y como esperaba, Jaren la tocó y la guitarra inició una melodía a su alrededor que parecía que fuese tan real como la chaqueta tejana que el chico llevaba puesta. Tras la melodía el chico empezó a oler a Whiskey, cerveza y tabaco. Después escuchó risas, barullo y otra infinidad de voces que no podía interpretar y frente a sus ojos apareció un escenario, la guitarra entre sus manos y un micrófono delante de él. A su alrededor estaba rodeado de una gran multitud de gente que lo contemplaba mientras tomaba algo desde sus asientos o de pie en ese bareto con el aire cargado de humo de tabaco y puros. Él, por instinto cogió el micrófono y empezó a cantar.